Las raíces económicas de la represión
Martina Noailles - Diario Crítica de la Argentina
Un nuevo libro de Carlos del Frade, a partir de una indagación en la oscura biografía del policía Agustín Feced, deja al descubierto los vínculos del empresariado con el golpe de Estado de 1976 y reconstruye los inicios de la dictadura en Rosario.
“Lo que sigue no es una simple excursión al pasado sino un viaje a los pliegues íntimos del presente”. La última frase del prólogo al libro “¿Quién era Feced? Historia política de la represión en el Gran Rosario. Del 55 a Díaz Bessone” invita a sumergirse en la nueva investigación de Carlos del Frade. Con eje en la figura del interventor de la policía rosarina, Agustín Feced, cuyo nombre bautiza la causa judicial más grande por delitos de lesa humanidad en esa ciudad, el periodista atraviesa los objetivos económicos que sostuvieron el terrorismo de Estado y hasta rompe con la versión oficial que asesinó al suicidado militar Argentino del Valle Larrabure, secuestrado por el ERP. “Se trató de una manipulación para instalar la necesidad de un golpe. La primera consecuencia política de tal falsificación histórica –quizás la más grande y penosa de los últimos 40 años– fue la asunción de Jorge Rafael Videla como jefe del Ejército”.
–La investigación traza una línea que une dictadura y presente a través del sector económico. ¿Cómo lo vincula?
–El paradigma es Alcides López Aufranc, uno de los primeros militares que en 1957 recibe el curso de la contrainsurgencia que dan los franceses, que en 1963 intenta ser líder del partido militar en el conflicto entre azules y colorados, que después es represor del Cordobazo y que en democracia termina siendo gerente general de Acindar y hasta le dan el premio Konex al mejor empresario industrial de la Argentina. Ésa es la unidad que intenta mostrar este ensayo, donde la historia política de la represión, que se inicia en el 55 contra la resistencia peronista, es a la vez la historia política de la concentración económica.
–¿Cómo incidieron esos sectores económicos en el terrorismo de Estado?
–Para mí la represión comienza un año antes del golpe, cuando el 20 de marzo de 1975 Acindar paga 200 dólares por cabeza para que 4.000 tipos invadan militarmente Villa Constitución e inventen el primer centro clandestino de detención del país en el albergue transitorio para solteros que tenía la empresa. ¿Quién pagó todo eso? El gerente general de Acindar, José Alfredo Martínez de Hoz.
–¿Lograron lo que buscaban?
–Querían domesticar a la clase trabajadora, por eso casi el 80% de los desaparecidos eran jóvenes y trabajadores. Lo que han logrado es una sociedad atravesada por valores individualistas, donde el símbolo es la camiseta de la Selección, donde la mayoría de nuestros pibes está más en la pelea para no ser consumidores consumidos de paco y ni se plantea la idea de pelear por sus sueños para ser felices. Por eso la lucha por la memoria es la lucha por el futuro y no por el pasado.
–¿Por eso define a su libro como “un viaje a los pliegues íntimos del presente”?
–La apertura de las listas de agentes de inteligencia del Batallón 601 determina que, nada menos que hasta 2009, el Estado nacional le pagó a una enorme cantidad de gente un sueldo para tenerlos siempre presentes en momentos donde los gobiernos, en asociación con los grandes empresarios, quieren marcar el orden que les conviene a las minorías. Esto explica desde el asesinato de Kosteki y Santillán en el Puente Pueyrredón o el de Fuentealba en Neuquén, hasta que las grandes empresas multinacionales tengan una lista negra de trabajadores conflictivos. ¿Quién hace esa lista? ¿Los empresarios?
–¿Observa consecuencias en la clase política?
–Sí... se ve en los ideales que se manifiestan en estas rantifusas discusiones en el Congreso, donde nadie discute por qué el 70% de los trabajadores gana menos de 2.000 pesos o por qué hay casi medio millón de chicos que no van a la secundaria. Esas ausencias están marcando las consecuencias que provocó la dictadura.
–¿Por qué no existen jueces que investiguen la responsabilidad de civiles y empresarios?
–Porque los hijos de la dictadura también estuvieron en la Justicia Federal cuando se reabrió la democracia. No es casualidad que en las principales provincias se realizaran acuerdos para determinar el ascenso de senadores vinculados con la represión, que luego aprobaron la supuesta renovación del Poder Judicial Federal. Por eso hoy tenemos muy pocos presos, ni hablar de los delincuentes de guante blanco, las fuerzas económicas de ayer que son las fuerzas económicas de hoy.
–El libro presenta una Rosario símbolo de ciudad obrera. ¿Qué quedó de esa Rosario?
–Fue saqueada. Hoy Rosario es un archipiélago con islas de la fantasía, islas de la infancia e islas de la pesadilla, barrios cooptados por los muchachos que venden violencia al mejor postor y conviven con lo peor de la policía y un Poder Judicial que funciona como una red de pescador invertida, donde pasan de largo los peces gordos y quedan atrapados los chicos. Esta Rosario es hija directa de la destrucción de aquella ciudad obrera.
–La investigación traza una línea que une dictadura y presente a través del sector económico. ¿Cómo lo vincula?
–El paradigma es Alcides López Aufranc, uno de los primeros militares que en 1957 recibe el curso de la contrainsurgencia que dan los franceses, que en 1963 intenta ser líder del partido militar en el conflicto entre azules y colorados, que después es represor del Cordobazo y que en democracia termina siendo gerente general de Acindar y hasta le dan el premio Konex al mejor empresario industrial de la Argentina. Ésa es la unidad que intenta mostrar este ensayo, donde la historia política de la represión, que se inicia en el 55 contra la resistencia peronista, es a la vez la historia política de la concentración económica.
–¿Cómo incidieron esos sectores económicos en el terrorismo de Estado?
–Para mí la represión comienza un año antes del golpe, cuando el 20 de marzo de 1975 Acindar paga 200 dólares por cabeza para que 4.000 tipos invadan militarmente Villa Constitución e inventen el primer centro clandestino de detención del país en el albergue transitorio para solteros que tenía la empresa. ¿Quién pagó todo eso? El gerente general de Acindar, José Alfredo Martínez de Hoz.
–¿Lograron lo que buscaban?
–Querían domesticar a la clase trabajadora, por eso casi el 80% de los desaparecidos eran jóvenes y trabajadores. Lo que han logrado es una sociedad atravesada por valores individualistas, donde el símbolo es la camiseta de la Selección, donde la mayoría de nuestros pibes está más en la pelea para no ser consumidores consumidos de paco y ni se plantea la idea de pelear por sus sueños para ser felices. Por eso la lucha por la memoria es la lucha por el futuro y no por el pasado.
–¿Por eso define a su libro como “un viaje a los pliegues íntimos del presente”?
–La apertura de las listas de agentes de inteligencia del Batallón 601 determina que, nada menos que hasta 2009, el Estado nacional le pagó a una enorme cantidad de gente un sueldo para tenerlos siempre presentes en momentos donde los gobiernos, en asociación con los grandes empresarios, quieren marcar el orden que les conviene a las minorías. Esto explica desde el asesinato de Kosteki y Santillán en el Puente Pueyrredón o el de Fuentealba en Neuquén, hasta que las grandes empresas multinacionales tengan una lista negra de trabajadores conflictivos. ¿Quién hace esa lista? ¿Los empresarios?
–¿Observa consecuencias en la clase política?
–Sí... se ve en los ideales que se manifiestan en estas rantifusas discusiones en el Congreso, donde nadie discute por qué el 70% de los trabajadores gana menos de 2.000 pesos o por qué hay casi medio millón de chicos que no van a la secundaria. Esas ausencias están marcando las consecuencias que provocó la dictadura.
–¿Por qué no existen jueces que investiguen la responsabilidad de civiles y empresarios?
–Porque los hijos de la dictadura también estuvieron en la Justicia Federal cuando se reabrió la democracia. No es casualidad que en las principales provincias se realizaran acuerdos para determinar el ascenso de senadores vinculados con la represión, que luego aprobaron la supuesta renovación del Poder Judicial Federal. Por eso hoy tenemos muy pocos presos, ni hablar de los delincuentes de guante blanco, las fuerzas económicas de ayer que son las fuerzas económicas de hoy.
–El libro presenta una Rosario símbolo de ciudad obrera. ¿Qué quedó de esa Rosario?
–Fue saqueada. Hoy Rosario es un archipiélago con islas de la fantasía, islas de la infancia e islas de la pesadilla, barrios cooptados por los muchachos que venden violencia al mejor postor y conviven con lo peor de la policía y un Poder Judicial que funciona como una red de pescador invertida, donde pasan de largo los peces gordos y quedan atrapados los chicos. Esta Rosario es hija directa de la destrucción de aquella ciudad obrera.
CONFESIONES DE UN ADMIRADOR
· POR OSVALDO BAZAN
Por esas cosas del país unitario, no mucha gente conoce fuera de la provincia de Santa Fe a Carlos Del Frade, autor de “¿Quién era Feced? Historia política de la represión en el Gran Rosario. Del 55 a Díaz Bessone”. Una pena. Porque Del Frade es quizás el periodista mejor formado del país, mucho más que la mayoría de los nombres rimbombantes del panorama nacional.
Con una humildad que es tan verdadera que cuesta creer que no es impostada, Del Frade puede explicar con palabras fáciles y sencillas la historia nacional y, de hecho, eso es lo que hace por los pueblitos de la provincia de Santa Fe, dando seminarios exquisitos en lugares inhóspitos para plateas reducidas.
Pero, además, hay pocos tan frontales como Del Frade, que seguramente tiene el récord nacional de enfrentamientos con las patronales periodísticas. Lo que dice con el pico lo defiende con el cuero. Claro que, contraponiendo el desconocimiento nacional, tiene en Rosario y Santa Fe un conocimiento y un cariño que ya quisiera cualquier profesional. Compartí con él más de una redacción y más de un estudio de radio y siempre me admiró la dedicación profesional –es uno de esos periodistas enfermos del dato preciso– y un cálido interlocutor incluso en los temas más espinosos.
La presencia y el trabajo de profesionales como Carlos del Frade molesta y molestará a más de un medio de comunicación, pero es el signo más claro de que estamos vivos, de que no todos somos lo mismo, y de que la verdad, al final, se cuela. Mientras haya tipos así, va a seguir siendo un orgullo decir que uno es periodista. Aunque no se le acerque ni a los talones.
· POR OSVALDO BAZAN
Por esas cosas del país unitario, no mucha gente conoce fuera de la provincia de Santa Fe a Carlos Del Frade, autor de “¿Quién era Feced? Historia política de la represión en el Gran Rosario. Del 55 a Díaz Bessone”. Una pena. Porque Del Frade es quizás el periodista mejor formado del país, mucho más que la mayoría de los nombres rimbombantes del panorama nacional.
Con una humildad que es tan verdadera que cuesta creer que no es impostada, Del Frade puede explicar con palabras fáciles y sencillas la historia nacional y, de hecho, eso es lo que hace por los pueblitos de la provincia de Santa Fe, dando seminarios exquisitos en lugares inhóspitos para plateas reducidas.
Pero, además, hay pocos tan frontales como Del Frade, que seguramente tiene el récord nacional de enfrentamientos con las patronales periodísticas. Lo que dice con el pico lo defiende con el cuero. Claro que, contraponiendo el desconocimiento nacional, tiene en Rosario y Santa Fe un conocimiento y un cariño que ya quisiera cualquier profesional. Compartí con él más de una redacción y más de un estudio de radio y siempre me admiró la dedicación profesional –es uno de esos periodistas enfermos del dato preciso– y un cálido interlocutor incluso en los temas más espinosos.
La presencia y el trabajo de profesionales como Carlos del Frade molesta y molestará a más de un medio de comunicación, pero es el signo más claro de que estamos vivos, de que no todos somos lo mismo, y de que la verdad, al final, se cuela. Mientras haya tipos así, va a seguir siendo un orgullo decir que uno es periodista. Aunque no se le acerque ni a los talones.
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